Fue su representante Emmelyne Snively quien vio futuro artístico en Norma J. Baker y le inculcó la idea de que podía se la mayor seductora de EE. UU., quien la llevó a operarse de la nariz, le aconsejó afinar las cejas y teñirse el pelo de rubio platino. A partir de aquí, Norma se convirtió en Marilyn Monroe para siempre.
Obsesionada por ser artista, empezó a rodar cuesta abajo hacía la fama, encandilada por buscones de dólares, fotógrafos y directores de revistas: 30 portadas sólo en 1945 y hasta su muerte 5 en “Playboy”. La admiración de hombres y envidia de mujeres la acompañaron con sus 94-58-92 cms. y el posado desnudo para un avispado fotógrafo la colocó en el calendario de todas las casas, oficinas y establecimientos del país. Después llegó el cine y el delirio.
La Fox no la dejó escapar, se la rifaron grandes directores como Billy Wylder, John Huston, Raoul Walsh, George Cukor, Joshua Logan e ilusionó a millones de espectadores con películas como “Con faldas y a lo loco”, “La tentación vive arriba”, “Los caballeros las prefieren rubias”, “La jungla del asfalto”, Eva al desnudo”, Niágara” …, aunque hubo diferencia de calidades en su total de 31 acreditadas.
Sus ingresos lo dicen todo: pasó de cobrar 125 dólares semanales en el primer contrato a los 1.500, segunda en el ranking, tras Sinatra. Siempre fue un producto rentable.
También fue difícil siempre su comportamiento: los roces, retrasos, bajas médicas, crisis nerviosas, histerismos, caprichos, incumplimiento de contrato, juicios, indemnizaciones con directores y productores llenaron la prensa a diario.
Su calidad y aparente seguridad artística chocaba con su inestabilidad personal y emocional: De su primer matrimonio a los 16 años con James E. Dougherty, empleado industrial, sólo por salir del orfanato, a sus enlaces con el reluciente deportista de rugby Di Maggio, con el intelectual comunista Arthur Millar y sus ligues con Ives Montand, Elia Kazan o los hermanos Robert y John Kennedy, mediando separaciones y divorcios impactantes.
Hija natural de una madre, que ya pasó su vida por manicomios, compaginó su popular trayectoria artística con internamientos en clínicas psiquiátricas, consecuencias de una niñez solitaria y problemática. Su vida personal siempre fue depresiva y borrascosa.
La estrella estuvo en el cenit aquella noche del Madison Square Garden, cuando, celebrando la fiesta de aniversario del presidente de los Estados Unidos, le cantó el “Happy Birthday” delante de más de veinte mil personas con tanto sentimiento, que arranco de Kennedy "Ahora puedo retirarme de la política". Fue la última aparición multitudinaria que hizo. A continuación el ocaso y tres meses después su dramática muerte en su casa sobre la cama, con el teléfono descolgado y barbíturicos en el estómago. El informe policial calificó el suceso como "probable suicidio".
Ya sólo quedan los tópicos para la historia: La curvilínea y despampanante rubia, prototipo erótico de los 50, belleza y glamour, inocencia y sensualidad, en realidad, no se la valoró en vida como artista, sino como objeto de deseo. Sólo pasó a ser mito por su inesperada muerte, hace hoy 46 años, a las 3 y media de la madrugada. Ella tenía 36.
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