jueves, 25 de septiembre de 2008

El principe de Viana

El día 23 de septiembre de 1461 moría Carlos de Trástámara y Evreux, príncipe de Viana. La Historia dice que murió envenenado.


Carlos era alto, de pelo castaño, ojos grises, nariz larga, cara pálida, tenía un aire de modestia, de tranquilidad y algo de melancolía…Tenía buena presencia, capacidad y preparación. ¡No le faltaba nada para ser un príncipe perfecto!

Su abuelo, Carlos III, el Noble, rey de Navarra, le había prestado desde la niñez toda la atención y le había educado esmeradamente en ejercicios físicos, estudios literarios y administración, preparándole para que fuera el futuro rey de Navarra.
Fue en el precioso castillo real de Olite, recoleta ciudad, denominada la “flor de Navarra”, donde se inicia la aridez hacia la Ribera del Ebro, lejos de la húmeda y brumosa Navarra vasconizada, donde pasó su niñez y primera juventud.
Era el primogénito de Blanca, reina de Navarra y de Juan, hijo de Fernando I de Antequera, rey de Aragón. Carlos tenía todos los legítimos derechos para ser el futuro rey de Navarra.
Se casó –más bien, le casaron- a los 18 años con Inés de Cleves, que moriría 9 años después sin darle hijos. Años más tarde, hubo un intento de casamiento, que no prosperó, con Isabel, que sería después “la Católica”. Esto ocurria cuando él tenía 38 años y ella sólo 9, pero su padre se opuso tenazmente al enlace.
Si ya no tuvo más esposas, si tuvo, en cambio, sucesivas amantes, a saber: María Armendáriz, doncella de su hermana, la napolitana Brianda de Vaca, doncella siciliana y plebeya, Guiomar de Sergas, damisela a su servicio y Margarita Colom, mallorquina, con la que tuvo un hijo, Cristóbal Colom, que para algunos iluminados sería, sin probarlo, el futuro descubridor de América.
Lo peor de todo fue que Carlos tuvo muchos problemas y enfrentamientos con su propio padre, que le tenía celos, envidia y le consideraba rival.
Todo se complicó cuando el príncipe Carlos tenía 21 años y murió su madre. En principio, él sería el nuevo rey de Navarra, pero apareció un documento, dudosamente veraz, firmado por su madre, que establecía que para ser rey necesitaba el consentimiento de su padre, consentimiento que éste no le dio. Padre e hijo se presentaban, cada uno por su parte, como legítimos reyes navarros. El reino se dividió entre beaumonteses, partidarios de Carlos y agramonteses, partidarios de Juan. Era la guerra civil dentro del el reino de Navarra.
Aún se complicó más la situación cuando, Juan, viudo, se casó con Juana Enríquez, 27 años más joven que él y 4 años menos que Carlos.

Juana, intrigante, sin escrúpulos, soberbia y orgullosa atizó el odio de su recién marido contra su ahora hijastro Carlos.
Ante esta complicada situación, el príncipe de Viana se balanceó entre su deber como hijo y sus deseos legítimos de ser rey, rivalizando con su padre. Entre ellos ya sólo hubo alternativos enfrentamientos y reconciliaciones.
Esta era la situación, cuando Juan pasó a ser rey de Aragón, Juan II, al suceder a su hermano Alfonso V, que no tenía hijos.

Juan II, instalado en el trono de Aragón, mandó detener y encarcelar a su hijo, pero la inmensa población del reino percibía a Carlos como víctima de su malvado padre y tal fue la presión que tuvo que darle la libertad, Cuando Carlos entró en Barcelona, toda la ciudad le aclamó y agasajó.
Fue en este momento, cuando Juana, esposa del rey de Aragón tuvo un hijo, Fernando y se obsesionó con la idea de preparar el camino para que fuera el futuro de rey de Aragón por delante de Carlos, que era el primogénito. El camino se acortó, cuando, sólo 4 meses después del nacimiento de Fernando, Carlos, que tenía 40 años, moría envenenado.

La Historia dice que fue la propia Juana, quien, para tener completa seguridad, preparó el mortal brevaje en una cena familiar. A su hijo Fernando, que sería después “el Católico”, le quedaba el camino libre para ser el futuro rey.

Días antes sus consejeros le habían avisado a Carlos “que era de temer le diesen un bocado de mala digestión”. Estos mismos consejeros, recelosos de la inesperada muerte, obligaron al rey, padre del difunto, a que autorizase una autopsia. La Historia dice que “le hallaron el estómago y las tripas podridos” y para confirmar el envenenamiento un sirviente fue obligado a tomar la misma bebida, falleciendo de la misma forma que el príncipe, como una cobaya de pruebas.
Después, lo de siempre: un intento de hacerle santo y la divulgación popular de que sus restos, enterrados en el monasterio de Poblet, obraban inauditos milagros, curando enfermedades de todo tipo.

Siete años después moría también la envenenadora. España encarrilaba su destino, preparando el “glorioso” reinado de los Reyes Católicos, Isabel y Fernando.
España iba, acelerada, por el Imperio hacia Dios.
¿El destino estaba ya escrito o lo decidieron los propios protagonistas?

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